Los gobiernos de coalición no tienen nada de particular en un régimen parlamentario, más allá de que supongan cierta inestabilidad, derivada de integrar ministros con lealtades políticas distintas y, las más de las veces, rivales. Pero sí que son distintos cuando incluyen partidos comunistas allí donde lo hacen. La historia de la participación de los comunistas en gobiernos arroja una conclusión sencilla. Toda coalición entre socialdemócratas y comunistas acaba de dos maneras posibles: o con la ruptura más o menos violenta de ambos partidos a corto o medio plazo, o con la implantación de una dictadura comunista. En ambos casos, el partido socialdemócrata transita por una etapa de duras complicaciones para controlar, frenar o impedir el desbordamiento comunista, si finalmente lo consigue, mediante la negación del carácter radical del gobierno.
No está siendo así en el caso de España.
Lo más llamativo del discurso de investidura de Sánchez la pasada noche de Reyes es el dominio casi absoluto de la agenda podemita, no sólo en cuanto al fondo, sino en cuanto a la forma: la agresividad anticlerical, las medidas de subidas de impuestos, la promesa de cambios y rupturas institucionales, las amenazas a los conservadores. No hay en el discurso atemperamiento socialdemócrata derivado del liderazgo socialista, ni equilibro de gobierno derivado de equilibrios parlamentarios, ni mensaje de tranquilidad a la inquietante presencia del bolivarianismo en el Gobierno. Pese a la desproporción de diputados de PSOE y Podemos, pese a las voces dentro de su propio partido,
Sánchez hizo suyas las ideas de Pablo Iglesias desde el principio de legislatura, sin apenas resistencia ni disimulo. La letra de su discurso fue de Sánchez, pero la música era la de Podemos.
Esta conducta de Sánchez puede tener múltiples explicaciones, a mi juicio todas derivadas de su debilidad. Hay una evidente debilidad parlamentaria, de todos reconocida: Sánchez es presidente gracias a grupos minoritarios con los que ha negociado hasta el último minuto, prometiendo líneas férreas, carreteras o consultas populares a cambio de un puñado de diputados. Un gobierno asentado in extremis sobre 167 de 350 es un gobierno débil a merced del humor de sus socios de gobierno, impotente para presentar un programa de gobierno propio y liderar a tan heterogénea coalición.
Hay una debilidad ideológica, que pocos discuten, en las posiciones políticas de Sánchez. Los cambios continuos de parecer en los últimos meses son ya motivo de bromas y memes. Esta debilidad, que no es exclusiva ni de Sánchez ni del PSOE, se ha trasladado en el gobierno en funciones al cortoplacismo, al burocratismo y a los gobiernos bonitos. Pero cuando convive en La Moncloa con la fortaleza y la intransigencia ideológica de Pablo Iglesias, las cosas cambian: tiende a convertirse en simple envoltorio cuando las ideas manan de la fuente bolivariana.
Y hay también una debilidad moral del propio Presidente. Sánchez y Redondo pertenecen ya a una generación de políticos españoles corroídos por el relativismo, el materialismo y el utilitarismo. de nuevo esto no es exclusivo de la izquierda. Pero el problema no sólo es generacional de la clase política: los historiadores descubren en los dirigentes socialistas de la II República el mismo tipo de ambición personal, de frivolidad política y de inconsciencia histórica que les impide detectar primero, y frenar después, la política radical de sus socios de gobierno. La sesión de investidura de enero mostró a un Pedro Sánchez ocupado en justificar sus pactos de gobierno, junto a un Pablo Iglesias seguro de qué querer hacer en ese gobierno.
Debilidad parlamentaria, debilidad ideológica, debilidad moral que impiden liderazgo socialdemócrata, y hacen a Sánchez proclive a deslizarse hacia la base podemita de su Gobierno: ni con parlamentarios, ni con ideas, ni con fortaleza de espíritu le es posible a Sánchez contrarestar la presencia comunista en su gobierno: no parecer ni saberlo, ni querer saberlo. Lo peculiar es la rapidez de este proceso de bolivarización presidencial: ya en la sesión de investidura hemos podido observar esta debilidad o desgana..
Así, no sólo nos adentramos en territorio desconocido con un gobierno de coalición con comunistas: la incertidumbre es mayor en la medida en que la ascendencia de éstos en el Gobierno es, ya desde el principio, abrumadora. Los comunistas raramente ganan unas elecciones: las más de las veces acceden al gobierno, de primeras, en gobiernos más amplios con garantías legales: es la acción comunista posterior, dentro y fuera del gobierno, la que acaba erosionando a sus socios. Erosión que es sólo posible desde la debilidad de éstos. Debilidad que Sánchez ha mostrado desde el principio.